Giulio
Einaudi nació en Turín en 1912. Su editorial fue fundada en 1933 en plena época
de ascenso del fascismo italiano. Einaudi editora publicó a grandes autores
como Leone Guinzburg, Cesare Pavese, Ítalo Calvino y Antonio Gramsci, entre
otros.
En su libro
Fragmentos de memoria cuenta cómo
pudo seguir adelante con la editorial en la era fascista europea: “La cárcel
nos perjudicó a todos. Se hizo cada vez más difícil trabajar, satisfacer las
expectativas de los lectores, únicos garantes de la supervivencia de la
editorial. […] Vuelto Pavese del confinamientos, reanudados los contactos con
Leone Guinzburg, la editorial entró en una fase más rica en iniciativas”. “Tras
las primeras incursiones aéreas alquilábamos un almacén subterráneo en via
Roma, no a prueba de bombas, pero indudablemente más seguro. A medida que las
incursiones se intensificaron, trasladamos gran parte de los libros a depósitos
periféricos. Durante todo el período de la guerra llevábamos cada noche los
manuscritos, las máquinas de escribir, así como los documentos del día al sótano
refugio donde ya estaba guardado el archivo. Un responsable por turno, debía
dormir en la sala de la redacción”, relata Einaudi los peores momentos de la
editorial en la década del 40.
Si bien en
su génesis Einaudi editora fue “golpeada” por reveses relacionados a la
coyuntura política, también sufrió los avatares de empezar un nuevo proyecto en
esas circunstancias: “Al comienzo la editorial se sostenía con la financiación
de amigos y sobre todo con el apoyo de los lectores y con una contención del
desarrollo. Después de la guerra la transformación de la Einaudi de empresa
individual en sociedad anónima se perfiló como paso obligado”. En ese mismo
apartado, Einaudi cuenta un intercambio de cartas con su padre en que le
pregunta acerca de la incorporación de capital externo. En estos relatos se
expresa la preocupación por el riesgo de agregar personas por fuera de la
editorial: “Se realizaron algunos intentos de obtener una afluencia mayor de
capitales, pero siempre se tropezaba con el temor a interferencias externas a
la línea editorial, rica en debates internos, pero celosa de su propia autonomía.
Y entre las influencias externas debíamos considerar también el mercado:
nosotros, quizá con soberbia, no lo seguíamos, sino que pretendíamos avanzarnos
a él, intentando identificar las necesidades futuras de la gente”.
Como último
fragmento importante, destaco el que reflexiona sobre qué hacer cuando un libro
no te dice nada:
“Si aquel libro ya no te dice nada, ¿para qué conservarlo? Este coraje de la eliminación es un coraje que sin embargo se ha despertado con el tiempo, y se ha despertado incluso respecto a los libros publicados por mí, en los que, en su momento, había creído. Y no pocas veces, en esta diezma de los libros de la biblioteca, han caído algunas cabezas de autores de Einaudi, porque si uno ama los libros no puede dejar de ser ante ellos un juez inflexible y severo. Ahora bien, el arte de la eliminación debe contener en sí, debe implicar, su opuesto: el arte sosegado y juicioso del saber elegir y conservar”.
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